Ayer, hoy y mañana




La cultura contemporánea nos invita a vivir el presente, hacer lo que hacemos sólo por hoy. Pero ello ¿qué significa?

¿Acaso renunciar a tener proyectos o a planificar? ¿Qué hacemos con nuestra visión? ¿Tenemos que renunciar a soñar un futuro mejor? ¿Dónde queda lugar para nuestra fe? 

¿Y qué hacemos con nuestro pasado? ¿Debemos olvidarnos de él? ¿Y lo que el pasado nos enseña? ¿Lo descartamos?

¿Qué alcances tiene el sólo por hoy?

Somos hoy el fruto de nuestras decisiones de ayer; y mañana seremos el producto de nuestras decisiones de hoy.

Pero es cierto que anclarse en el pasado o colgarse del futuro nos saca compromiso con nuestro aquí y ahora. Y ese aquí y ahora, ese presente es el único momento concreto en el que tenemos posibilidad de actuar. 

Pero el aquí y ahora es un instante de un proceso que empezó y continuará.

La memoria es necesaria para nuestro aprendizaje, así como proyectar y planificar es válido para transformar ese aprendizaje en resultados 

Descartar el pasado y el futuro nos hace más pasatistas y frívolos. Pero sobredimensionarlos nos paraliza.

La concepción inteligente del paso del tiempo consistirá entonces en aprender del pasado sus enseñanzas, y desechar el resto. Y mirar al futuro con visión y estrategia, y no ocuparnos anticipadamente de pequeñeces.

Además, todo proyecto –personal, laboral o social- tiene etapas, y vivir plenamente cada una de ellas es una manera útil de materializar el sólo por hoy.

Cada etapa la comenzaremos con lo que nos queda de la anterior, y así sucesivamente.  

Emocionalmente, no procesar el pasado nos remite a la tristeza o a la nostalgia, y una estadía anticipada o excesiva en el futuro nos generará ansiedad. 

¿Te pesa el pasado? ¿Te inquieta el futuro?

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